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Hoy bailamos, mañana no sabemos

En 2020 y 2021 no se celebraron las fiestas de mayo en la población de Bomba, Magdalena. La señora Carmencita, que nada más baila una vez al año, se imaginaba con su pollera en la plaza del pueblo gastándose las suelas de las sandalias. Pío tenía la ropa lista en el escaparate para lucirla y sudarla. Henry añoraba tocar el redoblante y poner a gozar a sus paisanos. "El Negro Chuela" había comprado un congelador para las cervezas y el ron que iba a vender. La gigantona, mujer mastodóntica que pasean por las calles cada año, se quedó arrinconada. Y el coronavirus consiguió que triunfaran la nostalgia, la quietud en el pueblo y las conversaciones desconsoladas.

—¡Ay!, Dios mío, llévate lejos a ese coronavirus —gritó Bertina mientras fritaba unas arencas.
—Ojalá mande un viento fuerte que se lo lleve —le contestó su hija Concepción al tiempo que sacaba la yuca caliente de la olla.
—Que se lleve esa vaina, pero que no me apague el fogón —dijo Bertina.
   ***  
—El nuevo sombrero de caña flecha que me regalaron se va a quedar enganchado en el clavito del cuarto —dijo Fermín.
—¡Hombe! El próximo mayo se lo estrena y se va a echar buen fresco con ese sombrero pa’ espantar al fogaje —le contestó un vecino.
***
—Que no se me vaya a desafinar el redoblante con el paso del tiempo —se quejó Henry.
—Tócate algo en el patio, los oídos no están en cuarentena —le respondió Clara, su madre.
***
—Y yo que quería bailar La Lorenza en la plaza con mi pollera —sollozó Carmencita.
—Que no se le vayan a dormir las coyunturas porque usted baila es de año en año —expresó su hija Kelly.
—Mija, si el brío del corazón no se muere, las coyunturas aguantarán —reveló Carmencita.
***
—¡Quién iba a creer que las cervezas se convertirían en chécheres! De vaina no les ha salido telaraña —gritó "El Negro Chuela" cuando vio repleto el congelador de su cantina.

Pero este año no hubo tiempo para conversaciones melancólicas: volvieron a sonar los porros y los aplausos genuinos, la gente levantó el polvo cuando bailaba con la gigantona y se escuchó otra vez el auténtico guapirreo mientras sonaba La espuela del bagre. El Ron Caña volvió a humedecer la garganta de los bailadores y arrasó con las penas. La vara de premio no pasó desapercibida: los pelaos participaron y fueron felices. Esta vez los congeladores no permanecieron atiborrados de frías: se vendieron todas. Sí, se enredaron los gritos de alegría con la música de la papayera en medio del calor, esos gritos que son la traducción de una frase colectiva clavada en el corazón: hoy bailamos, mañana no se sabe.

No se marchitaron las ganas de bailar y cantar a todo pulmón por las calles y la plaza de Bomba. Se mantuvo viva la tradición de llevar las fiestas en el esqueleto, en la sangre y en las entrañas de este pedacito del Magdalena en el que crecí.

El pueblo escuchó la música y se puso a bailar. ¡Volvieron las fiestas de mayo, se fue la nostalgia! Hablaron los cuerpos danzantes de mis paisanos y mi cámara los vio. Las imágenes hablan por sí solas: Bomba explotó.
Hoy bailamos, mañana no sabemos
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